lunes, 4 de mayo de 2009

Mi dosis de personalidad

Siento todavía en mi boca el olor a tabaco y los restos de alcohol. Aunque no es sólo en este momento que huelo a tabaco, mi adictivo, mi dosis personal, mí acicate a la soledad y al disfrute de un café oscuro. Siempre me muestro como soy, un hombre libre y sin ataduras morales.
Con el reciente envión del gobierno colombiano de penalizar la dosis personal, legalizada por la Corte Constitucional en Sentencia C-221 de 1994 y sustentada por el constitucionalista Carlos Gaviria, se pone en evidencia una vez más cómo las libertades individuales, en nuestra desgraciada patria, están en la etapa de más vulnerabilidad de los últimos años.
Los fumadores hemos sido violentados con todas las trabas legales que produce un pucho, sin referirme todavía a la marihuana, porque de todos lados, exceptuando los parques y nuestra propia casa, hemos sido echados como perros con sarna, por el ministro estrella de la desprotección social, Diego Palacio Betancur, quien se ha vuelto el más puritano de los ejecutivos colombianos al emprender la batalla contra la marihuana, con ayuda del Ministerio del Interior y de Justicia, y contra el cigarrillo y los derivados del tabaco, dos vicios protagonistas en la historia.
Desde los tabacos de Wiston Churchill y Fidel Castro, los cigarrillos de Juan Carlos Onetti y Jean Paul Sartre, hasta la marihuana fumada por Andrés Caicedo y el profesor Carlos Ossa Escobar, famoso por ser infidente, cuando fue Codirector del Banco de la República, de fumar marihuana, aún cincuentón, incluyendo los versos opionianos de los poetas franceses son libertades de la personalidad.
Enciendo otro cigarrillo, el sexto mientras escribo esta nota. Leo con gracia y placidez el artículo de Héctor Abad Faciolince, publicado en El Espectador, leo y lanzo bocanadas de nicotina mezcladas con cafeína. Columna enmarihuanada, titula Faciolince su defensa de la dosis personal y dice, sin tapujos ni recatos, lo que más me hace admirarlo como escritor: “Acabo de fumarme un puchito de marihuana. Los miles y miles de libros de mi biblioteca, de todos los colores, están bailando conmigo”.
En los ratos de ocio y divagación juvenil, en los combos de amigos, en las caminadas y fiestas, ¿a quién no le llegaron a ofrecer un pucho de marihuana? Aclarando que probar no es quedarse en el probatorio. Así no lo haya llevado hasta lo pulmones alguna vez estuvo entre humaredas de yerba pura. Como dice un amigo, o mejor, varios amigos: “Quien estudió en la universidad pública y no probó la marihuana perdió el tiempo”, sin dejar el respeto por la libre decisión, que suena más como a pecado cristiano, por lo que debe ser resarcido con diez rosarios.
Ahora que la dosis será penalizada, si el espíritu santo no se traba de aquí a eso, y será manejada como droga de riesgo, mucho más peligrosa que un gramo de nitroglicerina, tenemos la obligación moral de apoyar la campaña de “Porte la dosis de personalidad”, organizada por un grupo de ciudadanos en Facebook, una buena forma de expresar el próximo 26 de marzo que la vida tiene un solo dueño: soy yo. Aunque el centro de la marcha es la Plaza de Bolívar, en Bogotá, también podemos hacerlo desde nuestra municipalidad.
La campaña por la libertad de la dosis también comprende la libertad de la dosis de un libro, de un trago, de un condón, de un libro ateo, del odio a los camanduleros builistas y a los curas. Yo, por mi parte, defiendo cada una de las libertades antes mencionadas, porque hacen parte de mi dosis de personalidad.
Para terminar con este pucho, perdón, con este texto en olor de nicotina, recuerdo un fragmento de la sustentación de la Sentencia de Carlos Gaviria: “Cada quien es libre de decidir si es o no el caso de recuperar su salud. Ni siquiera bajo la vigencia de la Constitución anterior [la de 1886], menos pródiga y celosa de la protección de los derechos fundamentales de la persona, se consideraba que el Estado fuera el dueño de la vida de cada uno de los ciudadanos”.
Como ya no tengo ni un solo cigarrillo, mi dosis personal de las pasiones literarias y vicio común de varios cafés al día, me tocará fumarme la impresión de este texto.

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