miércoles, 29 de diciembre de 2010

Las putas y el cielo (Crónica completa)

Crónica de burdeles, putas y noche de copas en Yarumal.

Son las 10 p.m. del 18 de diciembre de 2010. Salgo de mi casa con paso presuroso, para comenzar a vivir la noche de Yarumal. Al llegar a la plaza –o parque, no sé cómo suene más citadino-, con nombre de poeta en honor a mi coterráneo Epifanio Mejía, entro a una discoteca, una de las más cotizadas y frecuentadas, llamada “Milojas” un nombre entre azucarado y sabor a etílico, como si en algún momento se hubiera llamada hojaldra. Entro esquivando las parejas que bailan una música con ritmo merengue, o salsa, que termina siendo un nuevo género: bachata. Me dirijo a la barra de la discoteca donde el administrador, un joven de mediana edad, me pregunta qué se deseo tomar. Le pido un aguardiente con agua. Lo tomo de un sorbo y me quedo estupefacto viendo el ambiente del lugar. Las luces, entre violetas y rojas, alumbran las caras de los clientes, quienes bailan y toman un sorbo de su trago.

Comienzo a recorrer el parque y tomo un taxi. El taxista, con cara de seriedad y con olor a alcohol, me pregunta con displicencia: “Para dónde va el señor”. Me lleva a La Estación. ¿No está como temprano para ir a merendar? –me pregunta en tono seco-, mientras sube el volumen del radio donde suena una electrónica con nombre entre italiano y español: Pa’ panamericano. Tiene como cara de prendo –me dice mientras me mira por el retrovisor, como viendo a ver si me reconocía. No señor, solo un trago para animar la noche –repongo-, mientras abro mi celular para revisar si tengo llamadas perdidas. Más bien un despiste. Evitando la conversación con el conductor.

Llegamos donde “El Mono Aguapanelero”, un sitio donde los comestibles y el licor abundan: desde salchichón, morcilla, chorizos y aguardiente y… Antes de pagarle al taxista se acerca una mujer, o más bien una niña, con olor a pachulí y con un vestido entero verde, con un escote que no dejaba nada a la imaginación. Parce lléveme hasta el “Verdolaga” –le dice en tono enérgico al taxista- y repone: por dos mil pesos que estoy bolada, papi. Súbase pues, le dice el taxista. Vamos con el gordito –dice refiriéndose a mí. No, él viene a merendar. Cuánto le pago, señor. Cuatro mil barras –dice, como queriéndome decir ábrase-. Le pago y le digo: Muchas gracias por ser tan amable.

Al entrar al “aguapaneleadero” encuentro varias caras conocidas. Pido una taza de aguapanela y un pedazo de salchichón. Comienzan a entrar en fila las chicas bellas, las dueñas de la noche. Papi, deme un cigarrillo Greeeen –dice con un acento marcado una de las chicas, que fija la mirada en uno de los clientes que se sirve un ron. Papi, ya no te acuerdas de mí, o te da pena. Como la pasamos de bueno la otra noche –le sentencia al joven, de unos veinticinco años, quien se ruboriza. Comienza a verse el ambiente propio de un lugar alejado de Yarumal, donde están los tallares mecánicos y de electricidad, donde las putas y los borrachos ponen la noche a su servicio, y los mendigos hacen su noche con las monedas que dejan caer los borrachitos o que, en un acto de generosidad, cualquier cristiano les regala. Conjunto a donde me encuentro está uno de los bar-show que recrea los sueños eróticos y atiende los deseos de los clientes, muchos de ellos jóvenes, aunque también se ven viejos de entre cuarenta y cincuenta años. El Bar “Kalú” es uno de los burdeles que funciona en La Estación, y es donde trabajan las chicas que frecuentan el “aguapaneleadero” van a comprar sus cigarrillos, a comer algo que les calme el hambre o a cautivar clientes.

Al entrar al bar-show siento pena, no sé por qué, como si estuviera siendo llamado por la divina providencia para no ver el sitio donde se desahogan las penas, se calman las angustias existenciales y se hace rugir a un hombre, como el tigre que llevamos dentro, como un animal sexual –diría un amigo poeta-. La chica que deleita a los clientes con el streaptease de la noche se hace llamar “Susana”, o ése fue el nombre que me dijo el portero, que no sé si era el portero o un cliente más con cara de matón. Los ánimos se van subiendo y el estado de embriaguez también. El tiempo ha ido pasando y mi reloj ya marca las 11:30 p.m. La música del show se acompaña con un juego de luces que hace ver a Susana como una diosa, con un baile espectacular que pone briosos a los hombres. Se viene hacia donde está el público, desde la tarima con el tubo donde hizo su show, y va pasando por su paga: aparecen billetes de cinco, diez y veinte mil pesos que son puestos como adorno en su tanga, con adornos y encajes de lentejuelas, haciéndola ver como la reina del show.

A la orden galán –me echa un piropo una de las niñas. Gracias amor, vine a tomarme un trago. Cómo te llamas –le repongo para entrar en confianza. “Valery La Diosa”, a tus servicios de mujer prestada –me dice con ironía, mientras mueve sus labios con sensualidad-. Yo me suelto a carcajadas y ella me reta: Quieres venir conmigo y pasamos una noche llena de lujuria, o eso también te da risa. No gracias, ahora vengo solo a tomarme unos tragos y ver cómo es un show, porque nunca he visto algo parecido. Usted es muy bella para estar trasnochando a esta hora –le digo en tono cariñoso mientras ella me sirve un aguardiente. Ojalá eso pensara el hijueputa que me preñó y me dejó tirada. Todo el mundo cree que uno hace esto por placer. Ojalá fuera por placer. Si fuera así tendría un solo macho para mí. Pero no, me toca aguantarme el grajo, el mal aliento, la borrachera y hasta la traba de todos los que viene aquí. Usted es como el más decente. Si fuera otro ya me había mandado la mano a la teta o me estaría pidiendo la pruebita –termina diciendo Valery La Diosa, después de contestarme en tono grosero, pero a la vez razonable a mi pregunta. Y repone: aquí todos los que viene creen que uno tiene que hacerles la paja y aguantárselos toda la noche, si a fuerza de bregas uno les da lo que les falta en la casa por veinte mil pesos, y ellos pagan la pieza, porque si quieren pasar toda la noche conmigo tiene que pagarme la multa y pagarme la tarifa de madrugada, nada más ochenta mil pesitos. Termino la conversación y pido la cuenta. Al salir se despide diciéndome que vuelva la próxima vez con mejores intenciones. Regáleme un cigarrillo, usted tiene pinta de fumador y buena gente –me dice al despedirse y volver a la tarima para seguir animando la noche.

El tiempo se me fue como nada. Ya son las 12:30 a.m. y el alboroto se toma La Estación. Los borrachos que vienen del parque, donde ya están comenzando a cerrar las tabernas y discotecas, esperan rematar la noche con unas copas, comiendo algo de grasa para pasar el alcohol o buscar calmar su lujuria con las chicas del bar-show Kalú. De repente se oye una gritería y un rastrillo de machete. Ponela como querás hijueputa. Perra es perra y yo puedo hacer con ella lo que me dé la gana –dice con alteración un borrachito que fue sacado del bar por estar manoseando a una de las chicas. Vaya busque a su santa madr… Llega la policía para calmar los ánimos. Pide cédulas a todos los clientes. Ya es hora de ir cerrando, dice uno de los policías, aprovechando que ocurrió el incidente. Las chicas gritan alteradas y suplicándole a la autoridad que no les dañe la noche, que mire que está los más de buena, que si quiere ella le hace unos masajitos. Quite de ahí, perra, no me joda –dice con autoridad el policía con cara de chocoano. Vaya a que lo purgue su madre hijueputa, marica reprimido –le contesta Valery, a quien alcanzo a ver con sus tacones en la mano y con el cabello alborotado.

Entre el incidente y mi partida del bar-show transcurrieron cerca de cincuenta minutos, por lo que ya es la 1:20 de la madrugada. Decido tomar un taxi e irme para mi casa, porque está un poco tarde. Pienso que luego terminaré la crónica en los otros burdeles: el “Verdolaga” y el “Binomio de Oro”. Además el ambiente está pesado y es mejor cuidarse un poco. En el “Binomio de Oro” han caído varios lujuriosos que, después de desahogar sus penas, han probado la suerte de bala traidora.

Una noche donde la lujuria, mujeres y el alcohol que hacen mérito a una campaña que circuló en adhesivos hace algún tiempo: “Después de Yarumal… el cielo”

No hay comentarios: