jueves, 16 de diciembre de 2010

El harakiri del Polo

Todos los movimientos de izquierda civil, la que tiene derechos políticos y representatividad en los órganos legislativos y cargos de elección popular, como es el caso del Polo Democrático, cuando se configuran en un partido de renovación (?) tiende a caer en los mismos vicios que se imputa contra los opositores. Porque siempre hay un hijo calavera.

El clientelismo, la corrupción, las coimas, las prebendas, los contratos amarrados, según los partidos opositores, son los males que la derecha colombiana ha impuesto en el panorama político. Son recordados los debates de Gustavo Petro contra el paramilitarismo y la financiación irregular de campañas al Congreso; los debates de Jorge Enrique Robledo sobre los subsidios de Agro Ingreso Seguro (AIS) y el control político a funcionarios del gobierno Uribe, como Arias y Valencia Cossio; entre otros casos que han protagonizado los dos partidos de oposición reconocidos como es el Polo Democrático Alternativo y el Partido Liberal, éste último hoy disfrutando de las mieles del poder por su integración de la Unidad Nacional del gobierno Santos.

Qué se iban a imaginar los colombianos, que el Partido más corrosivo en sus posiciones contra Uribe, que se declara víctima de las chuzadas y un crítico voraz a las políticas sociales, económicas y políticas, dueños de la moral pública y la transparencia, valores hoy “arrebatados” y encarnados por el Partido Verde, iba a terminar en un escándalo de tal magnitud que ha creado las divisiones más irreconciliables entre los delfines del “anapismo”, Samuel e Iván Moreno, y los disidentes y echados de su propio partido, como Petro, Luis Carlos Avellaneda y Jorge Eliécer Guevara.

¡Dónde quedaron los principios invocados en el estado social de derecho por el ex candidato Carlos Gaviria! ¡Dónde la transparencia! ¡Dónde el cambio de modelo político para Bogotá! Una vez más, así le duela a los más recalcitrantes opositores al gobierno Uribe, y ahora al de Santos, el Polo Democrático, el partido de la renovación, ha fracasado.

Lo sabré yo que milité en sus filas, siendo renuente a ver cómo el cambio social que se vivió en el gobierno Uribe era posible gracias a la Seguridad Democrática. Un partido como todos, aunque con mayor ansiedad de poder, como hoy sucede con el “carrusel de contratos” que se ha destapado en Bogotá, donde mandan los senadores del Polo, donde sacan tajada quienes financiaron las campañas de los senadores opositores, que son los mismos políticos de la clase colombiana, esos a los cuales salen a atacar y a denunciar por corrupción y clientelismo.

El desangre de la contratación, una de los campos de mayor corrupción y mayores ganancias, está siendo hoy visto en Bogotá con total claridad, descaro y, lo que más vergüenza causa, es que sea protagonizado por un alcalde de corte de izquierda, de los que hablan airados de las clases sociales, de las necesidades, de la distribución equitativa de la riqueza y del poco avance del gobierno de turno al desarrollo de políticas que solucionen problemas de gran arraigo como el desempleo, la pobreza, la desnutrición y la vivienda diga.

¿Con esos dineros que se robaron en Bogotá, en complicidad con los politiqueros polistas, no se habría solucionado en alguna medida esos problemas, así fuera en regiones apartadas del país? He ahí la respuesta. Búsquela entre los discursos mamertos de esos esquiroles del poder, los rapaces de la moral pública. El Polo, como lo dijimos en algún momento en campaña presidencial, se aplicó el harakiri. O más bien, en términos más coloquiales, se inmoló con pólvora propia.

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