jueves, 16 de diciembre de 2010

El clamor del miedo

Ya no sabe uno ni qué esperar cuando sale a las calles de Yarumal. Si estar pendiente de no ser atropellado por los imprudentes motociclistas, que ya tienen su propia pista de ‘piques’ en plena vía pública, o de esperar la bala fulminante de un sicario, o como sea llamado el personaje que atenta contra la tranquilidad de un pueblo peregrino, que no sabe más que rezar y darle hijos al mundo. Así nos duela estamos aumentando considerablemente la tasa de natalidad, que es baja en los estratos medios y altos, pero que está en índices alarmantes en los estratos más bajos, donde la pobreza no tiene relación con miseria, así estas dos sean sinónimas.

Releyendo algunos textos, entre ellos un apasionante relato de Fernando Vallejo, en donde queda descrito el actuar y la forma de vida de los sicarios, ya deben saber de qué novela hablo, La virgen de los sicarios, que tiene su origen en las comunas, las mismas en las que se desarrolló la novela que los morbosos televidentes siguieron hasta saciarse de crueldad, de ver la misma historia que cada día vivimos nosotros, en Yarumal, y en Medellín, y no sé dónde más podrá ocurrir esto, de ver que a plena luz del día es abatido a tiros un extraño. Aunque no es ni tan extraño, porque si fue baleado frente a mi casa puede haber sido yo, en caso de haber habido una bala perdida.

Quién se iba a imaginar que veríamos hablar de “pandillas”, “de combos”, “de comunas”, “de barrios peligrosos” en una ciudad como Yarumal que vivía en paz. O no sé si vivía en paz, porque la hipocresía y la mentira dan para todo. Lamentable el hecho que en los últimos dos años las muertes sean por vinculación con grupos al margen o riñas, y se haya incrementado tanto, ya debería tener un esquema establecido para tomar medidas urgentes. Claro que eso sólo lo sabe la autoridad oficial, que es quien lleva las cuentas. Uno no. Nosotros los de a pié especulamos en las cifras, aunque más temprano que tarde no nos desfasamos mucho en lo que muestra la autoridad.

En la “capital del murmuro”, no sé si será cierto tal calificativo, simplemente lo retomo de quienes lo he escuchado, se habla de un “volante de advertencia”, como en los viejos tiempos en que los Arcángeles del Bien daban ronda por las calles para cuidar a la sociedad. De qué nos cuidarían si aquí nada pasa. Si algo se habla debe ser cierto. Cuando un rumor se generaliza y los hechos dan la razón, es cierto.
Como en el cuento de García Márquez, “algo va a pasar”. Lo que no sabemos en cuándo. Para los incrédulos como yo, que no le ponemos pinga al garabato, aplicamos el método tomasino: “ver para creer”. No todos los muertos son malos, de eso estoy seguro, así el raciocinio de jueces lleve a muchos a decir que “por algo lo mataron”, como si ellos fueran profetas o, en cierta manera poco cierta, manejaran los hilos de la existencia.

Ahora no queda más que pedir auxilio divino para redimir a este pueblo pecador que clama justicia. Claro, clama justicia, pero justicia divina, no terrenal, porque para muchos el “sicariato” es una forma de hacer justicia por sus propias manos y están felices del mal ajeno. Son muchas las víctimas, inocentes o no, qué voy a saber yo que no tengo ni poderes inmaculados ni mucho menos dignidad de juez, las que están cayendo.

Sean estas líneas una voz de consolación para aquellos a quienes la violencia les ha arrebatado a sus seres queridos, y también un llamado a estar atentos, porque no sabe uno cuando pueda sucederle. O si prefieren apliquen la teoría egoísta encarnada en el cuento de Bertol Brech: “Primero se llevaron a los comunistas, pero a mí no me importó porque yo no lo era; enseguida se llevaron a unos obreros, pero a mí no me importó porque yo tampoco lo era; después detuvieron a los sindicalistas, pero a mí no me importó porque yo no soy sindicalista; luego apresaron a unos curas, pero como yo no soy religioso, tampoco me importó; ahora me llevan a mí, pero ya es demasiado tarde”.

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