martes, 27 de octubre de 2009

Foucault y la universidad pública

Los hechos que presencié fueron suficientes para recordar algunos apartes de la bella y estructurada obra del filósofo de la postmodernidad, pensador francés y padre de la nueva teoría de la historia, Michael Foucault.
La Universidad de Antioquia, el centro de discusión y discernimiento de la academia antioqueña, en ocasión de actividades conmemorativas por los derechos humanos y conferencias con variados expertos que conocen del conflicto colombiano, fue escenario de un bochornoso acto de salvajismo y tercermundismo por parte de unos ‘encapuchaditos’ que se tomaron la Plaza Barrientos para dañar los carteles de la campaña “universidad incluyente” y poner los suyos con mensajes alusivos a la inclusión y a la revolución, reclamando espacios de concertación y de libertad de expresión, al estilo chavista, cuando son ellos los que no concertan y se adueñan de espacios que son de toda una comunidad universitaria. Y como siempre pasa, en un acto de patriotismo comunista, hicieron estallar dos papas bomba y se esfumaron.
Bien lo definió en un estupendo ensayo el escritor peruano Mario Vargas Llosa al exponer cómo el Mayo del 68 francés el ápice de derrocamiento de la educación, el principio de la perdición y la aparición de un modelo de desobediencia civil que ondeaba su bandera con el eslogan “¡Prohibido prohibir!”, mostrándose como la nueva generación que se oponía a la autoridad.
Hace unos días, viendo la concurrencia de estudiantes y profesores de la Universidad de Antioquia, que se dieron cita en el teatro Camilo Torres para discutir el modelo de la seguridad dentro de los claustros de educación se evidenció, por denuncias de los mimos maestros y estudiantes, la inseguridad que se vive en la ciudad universitaria, además de las hordas de vicio y delincuencia que se han estado incrementando en la Universidad, el Alma Máter de los antioqueños.
Cuando los estudiantes quieren hacerse notar salen a las calles aledañas a la Universidad y se enfrentan con la Fuerza Pública, dentro de un estado claro de anarquismo y anti-autoritarismo, que es repelido por el Estado democrático que lucha por la tranquilidad de las mayorías, poniendo en práctica lo que Foucault justifica y argumenta en su libro Vigilar y Castigar, en el que expone que con la acción de la fuerza y los medios de castigo se impone autoridad. Dentro de éste orden de ideas, es por esta razón que el gobierno colombiano, a través de la Seguridad Democrática, ha autorizado la entrada de los efectivos de la policía e inteligencia a los campus universitarios.
Claro está que los Derechos Humanos deben primar por sobre las órdenes de allanamiento a los campos universitarios, pero tampoco puede escudarse en este modelo liberal la delincuencia, las camarillas políticas de grupos armados ni mucho menos el jibarismo. Todo esto quedó demostrado con los allanamientos hechos por las autoridades en meses pasados y el asesinato de un estudiante en una de las facultades.
La autoridad es dura cuando la sociedad se hace merecedora de ella. Cuando cualquier acto de revuelta amenaza con la estabilidad del orden público es ahí en donde debe tener presencia la fuerza pública. Las marchas son permitidas en todos los países democráticos, pero en Colombia, como un acto inequívoco de rebeldía y anarquismo, son utilizadas para crear caos y hacer pintas contra el Estado, atentando contra la propiedad privada, o, en peores casos, contra la misma infraestructura del Estado, representado en la universidad pública.
El actual modelo de autoridad también tiene como eslogan el “¡Prohibido prohibir!”, cuando todos se van lanza en ristre en contra del Estado cuando quiere mantener el orden dentro de los claustros universitarios; cuando en la escuela pública el alumno tiene garantías para arreglarse el cabello como quiera en un acto de rebeldía. O en otros casos cuando la estupidez y la estrechez mental llevan a pensar que para mantener una discusión con el Primer Mandatario de los colombianos se tenga que acudir a un huevo, en un acto de vulgarización y anarquía izquierdista, propia de la vergüenza de quienes sí nos sentimos colombianos.
Es por esto, y es triste reconocerlo, que la educación privada, aunque costosa y elitista, es la formadora de los dirigentes políticos y profesionales que trabajan en el poder.
Mientras algunos movimientos políticos sigan atizando la hoguera de la rebeldía en los campus universitarios, y se haga necesaria la utilización de la autoridad represiva contra los rebeldes y anárquicos, la educación en la universidad pública colombiana seguirá estando en un retroceso cultural.

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