viernes, 26 de noviembre de 2010

Tras los trazos de Caballero

Hablar de un hombre tan complejo en su personalidad, locuaz, mordaz, sincero y transparente en su pensamiento no es una tarea fácil.

Antonio Caballero, un hombre de prosa fuerte y firme, que durante treinta años ha marcado y escrito con su pluma la historia de éste país, recreando cada crítica, sea política o de algún tema de la vida diaria, trazando cada línea con su arte cómico, mostrando la realidad de un país sin memoria que está resurgiendo a la esperanza.

La vida de Caballero, un hombre aristócrata en todo el sentido de la palabra, honesta y caballeresca, es la filosofía de un izquierdista que ha sabido manejar su ética periodística, sin matricularse con ningún partido político, haciendo que un caballero, del estilo y carácter de Caballero, ponga en mayúscula una verdad certera, poniendo en coma a quienes defienden que existe una sola Colombia, y que expone en sus columnas como dos: la Colombia de las élites bogotanas, que tiene una doble moral; y la otra, la Colombia rural que vive las inclemencias de una absurda guerra que el gobierno no quiere terminar. Y los grupos irregulares, corrompidos por el narcotráfico, tampoco.

Caballero ha sabido mantener su acidez crítica como lo haría –si aún viviera- su tío Lucas Caballero, conocido con el seudónimo de Klim, y su mismo padre, novelista y político, Eduardo Caballero Calderón.

Los inicios de Caballero en la periodística nacional fueron en la revista Alternativa, fundada con García Márquez y Enrique Santos Calderón, siendo éste un hombre rebelde entre la burguesía de los Santos, los ex dueños de El Tiempo. Allí hizo escuela, porque estuvo dando garrote con su lengua brava. Antonio es hijo de las ideas que trajo consigo la famosa época del mayo del 68, donde estuvo y discutió los progresos que traería un cambio en Francia.

Apasionado a la tauromaquia y al arte, los que alterna con su pasión por la lectura y la escritura, esa que fue la culpable que él pariera una novela tan radiográfica y descriptiva de la capital del país, mostrando cómo sus élites se fueron resquebrajando y cayendo en la ruina, ese sin remedio que dio título a su novela Sin Remedio.

Un vicioso –en el buen término-, fumador de tabaco negro y gustador de los placeres mundanos. Caballero es un cronista y viajero incansable, seducido por lo toros y por el abstraccionismo, yendo y viniendo de todos los países que aún conservan en su cultura la fiesta brava, porque la pluma de Caballero vuelve hermoso y admirable lo más simple, como lo ha demostrado en los últimos veinte años, en que pasa ochos meses del año recorriendo las plazas de toros españolas y deleitándose con la buena mesa y el buen beber.

Caballero es amado –yo soy uno de sus admiradores- y odiado por otros, entre los que se encuentran los políticos, los medios económicos y los poderosos del país del sagrado conflicto.

A quien se le atraviese le apunta Caballero. Desde su columna cada quien recibe lo que se merece.

La revista Semana, un medio en la que ha sostenido desde hace veinte años su columna, ha adoptado como hija suya la pluma veraz y oportuna del hombre barbado –aún rebelde-, con calva de aristócrata, que siempre tiene la lanza lista para atacar al gobierno, desde Barco hasta Uribe II. El presidente de Colombia que más ha recibido banderillas ha sido Barco, de quien decía Caballero, tenía “cara de sobreviviente aéreo”.

Caballero es la pluma más clara y honesta del país, y por eso seguirá siendo la esperanza para quienes ya no creemos ni en el manto sagrado del corazón, y hemos perdido la redención divina del cristo de la víscera sagrada.

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